La vida sencilla de cada jornada con sus altibajos y sus pequeños quehaceres es nuestro lugar de peregrinación.
Partimos en el amanecer de cada día, atravesamos situaciones, emociones, encuentros y bendiciones inesperadas, para llegar con cansancio al anochecer. Eso que es aparentemente rutinario, es un auténtico camino espiritual cuando nos sentimos en estado de búsqueda de esa dimensión vertical, trascendente, que es la que nos da sentido.
La única misión es encontrar en lo que hay esa dimensión añadida que no se puede ver pero sí sentir. Ese añadido no está fuera, es nuestra raíz o base, lo que nos alienta y empuja suavemente a vivir.
Nos descentramos cuando esperamos grandes acontecimientos que nos cambien la vida, cosas extraordinarias que suceden solo esporádicamente, pero no es lo habitual. Sin embargo, un día y otro, asistimos al milagro de cada amanecer, de cada gesto de cercanía, de bondad y amistad. Hay que potenciar una nueva mirada, la que nos lleva a dar las gracias por todo lo que recibimos en cada momento.
En esta noche cerrada soy consciente de que asisto al prodigio de estar viva, y esa es la luz que ilumina mi misma oscuridad.
Mi ignorancia a lo largo del camino, me lleva a confiar con los ojos cerrados, que es la verdadera confianza. Es la tabla a la que me agarro con más o menos fuerza, mayor o menor constancia, nunca con perfección.
En mi peregrinación, junto a la de tantos, ondea la bandera de la alegría que supone el encuentro conmigo misma y con los demás y que me lleva a agradecer, porque me doy cuenta de que en cada paso del camino nace la fuerza que necesito. Ese es el mayor de los dones.
2 comentarios:
En la peregrinación de cada día, busco ese plus que a veces cuesta ver en cada evento, agradezco y agradezco y la alegría llega como de regalo. Gracias Conchi
La vida sencilla de cada jornada con sus altibajos y sus pequeños quehaceres es nuestro lugar de peregrinación.
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