Enviados

 

A estas alturas de mi vida todas mis inseguridades y mi ignorancia son camino y bendición. Todo lo que me sucede es por algo, entra dentro de un plan, de un recorrido vital elegido para mí. Cuando descubro esto, me empiezo a relajar, porque no todo es blanco o negro, hay miles de matices, de pasos adelante y atrás, de rodeos, todos necesarios. Todo está bien.

Siempre existe el peligro de creer que yo soy autosuficiente, yo hago, yo decido, yo planeo. Yo, yo y yo. Eso es un autoengaño en el que puedo caer cada día. La realidad es que yo hago esto o lo otro porque la vida, la sabiduría, me guía. Ella es la que sabe y elige para mí en cada momento lo que me conviene, y no siempre son éxitos o satisfacciones, también fracasos y dificultades. Todo es camino. Todo me conduce a la luz. Qué gozo darme cuenta de ello.

Es necesario el máximo respeto no solo con lo que me sucede a mí sino con lo que le sucede a todo el mundo. Cada uno tiene su propio proceso, no podemos juzgar, sentenciar, excluir, en ningún caso.

Todos necesitamos un corazón de madre y de padre misericordiosos para acoger a los necesitados, a los heridos de este mundo, que no tienen porqué  estar lejos, pueden ser los más cercanos a nosotros. Esa es nuestra auténtica tarea.

Somos misioneros, es decir enviados para facilitar, mediar, ayudar, curar, allanar caminos, borrar cadenas, acunar y abrazar siempre que haga falta.

Para esta misión se nos da la fuerza necesaria, solo hay que ponerse en marcha cada día y estar disponibles.