Cuerpo-espíritu

 Lo que afecta a la mente, afecta al cuerpo, son dos dimensiones de una única realidad.

No somos seres humanos divididos, como se nos ha venido enseñando desde siglos atrás, en parte cuerpo y en parte alma. Hagamos lo que hagamos es toda nuestra persona quien lo hace. Somos un todo completo, sin separaciones ni divisiones. 

Somos un ser, una tierra fértil, siempre en transformación y crecimiento, en el que todo es unidad, como en las plantas: desde las raíces, hasta las hojas, el aroma de las flores y la belleza que emana del conjunto. Lo que en nosotros se ve no es más o menos importante que lo que no se ve.

Desde esa tierra, ese ser, siempre somos auténticos y nuevos, sin divisiones artificiales y engañosas. Siempre vamos en busca de la luz que nos despierte y nos dé la consciencia necesaria para encontrar nuestro camino personal.

Somos cuerpo-espíritu, tierra-cielo, todo en uno, por eso podemos contemplar el infinito, tener momentos de paz, sonreír en medio de dificultades y confiar en cualquier circunstancia. Hacemos eso y mucho más, porque se nos ha dado la fuerza increíble de esas pequeñas gotas que, una tras otra, con su insistencia, pueden agujerear la piedra y crear espacios y momentos únicos.

La vida en estado puro está formada de cuerpo, de anhelo y de danza, todo en el mismo movimiento. Es un único latido, que dura tan solo un instante aunque a nosotros nos parezca más tiempo. Y si no estamos bien atentos no podremos contemplarlo y disfrutarlo. 

Que siempre trabajemos por el bienestar de nuestro cuerpo-espíritu, para poder disfrutar de nuestra tierra prometida en el aquí y el ahora de cada momento. 

Todo está en nuestra mirada, con ella creamos el mundo.