De qué me sirve la
vida si no camino hacia un encuentro, si no me mueve la sed y la confianza, si
no se me emociona el corazón.
Puede parecer que
vivimos muchos momentos insignificantes, de no hacer grandes cosas o de hacer
lo mismo de siempre. A veces llegamos a la noche pensando: “otro día más”, “otra desilusión”, “otro cansancio”, “otra rutina”. Nos
pasa porque esperamos otra cosa, y nos decepcionamos con lo que tenemos
delante. Pensamos que lo que hacemos, un día y otro, no tiene ningún valor.
“No es que lo que estoy haciendo no tenga valor sino que
no le doy valor a lo que estoy haciendo.”
Conviene cambiar
nuestra actitud y pensar que nuestras jornadas han sido preparadas para
nosotros, desde el principio de los tiempos, y en ellas encontraremos siempre
lo necesario para alabar, dar gracias y ser felices.
Pero nos hemos
acostumbrado a los dones, y ya no les damos importancia, no se estremece
nuestro corazón ante ese amor infinito que es nuestro origen, nuestro presente
continuo y nuestra única realidad.
De qué me sirve la vida
si no la dedico al universo,
al de las estrellas
y al de mis silencios.
Si no me mueve la sed
y busco fuentes de agua
como el ciervo sediento.
De qué sirven mis días
si no voy a tu encuentro.
De qué sirve la belleza
si yo no abro mis ojos para verla
si sepulto mi cabeza
y mi energía en lo más profundo
de la madre tierra.
Para qué sirven mis días
si no se me desboca el corazón
cuando siente tu presencia,
si no tengo desnuda el alma
y se empapa mi vida
con tu esencia.
Para qué me levanto en la mañana
si no respiro hondo,
si no me siento amiga
y profundamente humana,
buscadora de imposibles,
aliada de la belleza,
y de todo cuanto existe,
hermana.
1 comentario:
Estremecedor.
Necesario.
Gracias mamá.
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