domingo, 24 de noviembre de 2013

Desde el cuerpo



Desde el cuerpo vivir.
Desde las manos que se elevan hacia el cielo en un gesto de súplica o de alabanza, o que tocan la tierra donde se hunden nuestras amadas raíces.
Desde la piel que recibe el frio y el calor, la tormenta o la brisa suave y las caricias que llegan con el aire.
Desde los brazos que se abren para acoger, aceptar, estar dispuestos, receptivos, motivados.
Desde los pies que buscan posturas de estabilidad y fuerza para que no nos derriben los vientos huracanados ni los problemas.
Desde la cara que expresa y hace que nuestras emociones salgan a la luz, a través de las sonrisas o de las lágrimas.
Desde la consciencia de nuestro cuerpo y nuestro estar positivamente en el mundo.
Desde nuestros oídos que se alimentan de la melodía del universo y de la armonía que recorre espacios infinitos para asentarse en nuestro corazón y hacerlo su casa.
Desde nuestros labios que se abren para cantar, rezar, y alumbrar palabras de esperanza.
El gesto nos permite expresar mejor lo que llevamos dentro.
Como escuché recientemente: “No tenemos un cuerpo, somos cuerpo”. Es nuestra base de operaciones, está diseñado para participar del baile universal. Y con todas sus imperfecciones, es perfecto.
Dice Rumí en uno de sus poemas: “¡Oh día, despierta. Los átomos bailan, y todo el Universo baila con ellos. Cada átomo, feliz o triste, está encantado por el sol. No hay nada más que decir”.
Cuando descubres la alegría de vivir, es decir la sencillez de la vida, todo te hace bien, desde el oxígeno que alimenta cada partícula interior hasta los grandiosos atardeceres de luz y magia que te esperan en las calles, asomando con fuerza y sorprendiéndonos cada día. Gritándonos que estamos en un universo precioso, diseñado para nosotros.
Y cuando se nos da la mirada para ver la bondad en todos los corazones, entonces hemos descubierto el secreto a voces que nos acoge en su seno.
Por eso conviene que limpiemos el cuerpo, real y simbólicamente, porque es la antena mágica que se nos ha concedido para recibir la belleza que cada día viene a visitarnos.
En este cuerpo hecho de barro y debilidad, habita la mayor fuerza, y tiene su templo la paz. No podemos ambicionar nada más. Es imposible mayor tesoro en un cuenco tan pequeño.
Termino con otro poema de Rumí:
“Baila, como si nadie te estuviera mirando,
Ama, como si nunca te hubieran herido,
Canta, como si nadie te hubiera oído,
Trabaja, como si no necesitases dinero,
Vive, como si el cielo estuviese en la tierra”.

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