Desde el cuerpo
vivir.
Desde las manos que
se elevan hacia el cielo en un gesto de súplica o de alabanza, o que tocan la
tierra donde se hunden nuestras amadas raíces.
Desde la piel que
recibe el frio y el calor, la tormenta o la brisa suave y las caricias que
llegan con el aire.
Desde los brazos que
se abren para acoger, aceptar, estar dispuestos, receptivos, motivados.
Desde los pies que
buscan posturas de estabilidad y fuerza para que no nos derriben los vientos
huracanados ni los problemas.
Desde la cara que
expresa y hace que nuestras emociones salgan a la luz, a través de las sonrisas
o de las lágrimas.
Desde la consciencia
de nuestro cuerpo y nuestro estar positivamente en el mundo.
Desde nuestros oídos
que se alimentan de la melodía del universo y de la armonía que recorre
espacios infinitos para asentarse en nuestro corazón y hacerlo su casa.
Desde nuestros labios
que se abren para cantar, rezar, y alumbrar palabras de esperanza.
El gesto nos permite
expresar mejor lo que llevamos dentro.
Como escuché
recientemente: “No tenemos un cuerpo, somos cuerpo”. Es nuestra base de
operaciones, está diseñado para participar del baile universal. Y con todas sus
imperfecciones, es perfecto.
Dice Rumí en uno de
sus poemas: “¡Oh día, despierta. Los átomos bailan, y todo el Universo baila
con ellos. Cada átomo, feliz o triste, está encantado por el sol. No hay nada
más que decir”.
Cuando descubres la
alegría de vivir, es decir la sencillez de la vida, todo te hace bien, desde el
oxígeno que alimenta cada partícula interior hasta los grandiosos atardeceres
de luz y magia que te esperan en las calles, asomando con fuerza y
sorprendiéndonos cada día. Gritándonos que estamos en un universo precioso,
diseñado para nosotros.
Y cuando se nos da la
mirada para ver la bondad en todos los corazones, entonces hemos descubierto el
secreto a voces que nos acoge en su seno.
Por eso conviene que
limpiemos el cuerpo, real y simbólicamente, porque es la antena mágica que se
nos ha concedido para recibir la belleza que cada día viene a visitarnos.
En este cuerpo hecho
de barro y debilidad, habita la mayor fuerza, y tiene su templo la paz. No
podemos ambicionar nada más. Es imposible mayor tesoro en un cuenco tan
pequeño.
Termino con otro
poema de Rumí:
“Baila, como si nadie te estuviera mirando,
Ama, como si nunca te hubieran herido,
Canta, como si nadie te hubiera oído,
Trabaja, como si no necesitases dinero,
Vive, como si el cielo estuviese en la tierra”.
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