domingo, 9 de junio de 2013

El dedo acusador


Cuando el alma se enciende se nos abren los ojos de ver lo bueno y lo bello, se nos queda el corazón asombrado y nos convertimos en buscadores que peregrinan en busca de algo más. La vida es un puro misterio, es la mejor definición.

Me gustó mucho oír el otro día que cuando sacamos un dedo acusador hacia fuera señalando a una persona, una situación sobre la que cargamos el peso, la culpa de algo, debemos ese dedo volverlo hacia nosotros, ahí está todo, ahí sucede el mundo. Con eso, se acabará el juzgar, el condenar a nadie ni a nada.

Por eso cuando con nuestro dedo simbólico decimos: “es que la gente”, “es que los jóvenes”, “es que los gobernantes”, “es que nuestro mundo”, volvamos ese dedo hacia nosotros, es el terreno del que podemos opinar y el único donde podemos y debemos actuar. Todo lo demás es hablar por hablar. Cierto que si siguiéramos este principio al pie de la letra, se acabarían la mitad de las conversaciones del mundo. Porque la inmensa mayoría de nuestros diálogos se basan en dejar en mal lugar a los demás y en decir qué mal está todo. A este respecto me parece muy sabia la norma que hay en algunos monasterios de guardar silencio la mayor parte de las horas del día.

Vamos a celebrar que somos luz y que trasportamos nuestra lámpara encendida. Es una luz que no la podemos ocultar ni tapar porque no depende de nosotros.

Lo que hace falta es dejar de protestar, de quejarnos y enfadarnos por cualquier cosa. Justamente estoy leyendo un libro que se llama “Deja de refunfuñar”, que está muy interesante.  La autora es Christine Lewicki. Dice: “Me pase lo que me pase, incluso si tengo la impresión de sufrir algo que alguien me hace, intento no perder mis energías juzgando o quejándome, porque soy consciente de que eso me genera aún más tristeza, y sobre todo que eso no me hace avanzar.”

Ese es el mensaje, muchas veces repetido: vivir en positivo, afrontar las situaciones no desde el nerviosismo sino desde la serenidad y la alegría. Eso requiere un esfuerzo, un propósito diario, una firmeza de carácter para no dejarnos enredar en las tensiones que se acumulan a nuestro alrededor, para poner freno a las habladurías y cotilleos y dedicarnos, en todo, a amar y servir.

De esta manera, nuestra luz encendida brillará con fuerza, y aún en la más pura ignorancia, podremos disfrutar de la vida.

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