Cuando el alma se enciende se nos abren
los ojos de ver lo bueno y lo bello, se nos queda el corazón asombrado y nos
convertimos en buscadores que peregrinan en busca de algo más. La vida es un
puro misterio, es la mejor definición.
Me gustó mucho oír el otro día que
cuando sacamos un dedo acusador hacia fuera señalando a una persona, una
situación sobre la que cargamos el peso, la culpa de algo, debemos ese dedo
volverlo hacia nosotros, ahí está todo, ahí sucede el mundo. Con eso, se acabará
el juzgar, el condenar a nadie ni a nada.
Por eso cuando con nuestro dedo
simbólico decimos: “es que la gente”, “es que los jóvenes”, “es que los
gobernantes”, “es que nuestro mundo”, volvamos ese dedo hacia nosotros, es el
terreno del que podemos opinar y el único donde podemos y debemos actuar. Todo
lo demás es hablar por hablar. Cierto que si siguiéramos este principio al pie
de la letra, se acabarían la mitad de las conversaciones del mundo. Porque la
inmensa mayoría de nuestros diálogos se basan en dejar en mal lugar a los demás
y en decir qué mal está todo. A este respecto me parece muy sabia la norma que
hay en algunos monasterios de guardar silencio la mayor parte de las horas del
día.
Vamos a celebrar que somos luz y que
trasportamos nuestra lámpara encendida. Es una luz que no la podemos ocultar ni
tapar porque no depende de nosotros.
Lo que hace falta es dejar de protestar,
de quejarnos y enfadarnos por cualquier cosa. Justamente estoy leyendo un libro
que se llama “Deja de refunfuñar”, que está muy interesante. La autora es Christine Lewicki. Dice: “Me pase
lo que me pase, incluso si tengo la impresión de sufrir algo que alguien me
hace, intento no perder mis energías juzgando o quejándome, porque soy
consciente de que eso me genera aún más tristeza, y sobre todo que eso no me
hace avanzar.”
Ese es el mensaje, muchas veces
repetido: vivir en positivo, afrontar las situaciones no desde el nerviosismo
sino desde la serenidad y la alegría. Eso requiere un esfuerzo, un propósito
diario, una firmeza de carácter para no dejarnos enredar en las tensiones que
se acumulan a nuestro alrededor, para poner freno a las habladurías y cotilleos
y dedicarnos, en todo, a amar y servir.
De esta manera, nuestra luz encendida
brillará con fuerza, y aún en la más pura ignorancia, podremos disfrutar de la
vida.
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