Estoy preñada del amor infinito, engendro a Dios
todos los días. Parece que todo en mi vida es símbolo, anuncio, todo apunta a
una dirección que mi entendimiento no puede comprender.
Todo indica un parto de luz del que,
increíblemente, formo parte. Por eso, mi primera reacción es el asombro. Cómo
en lo más pequeño se oculta lo más grande, es, de momento, un misterio para mí,
algo que no puedo explicar.
“Mi alma engrandece al Señor,
mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador.”
Esa es la alabanza que sale de mi boca en los momentos
de mayor consciencia. Es mi canto de alegría y de emoción.
“Porque Dios ha puesto sus ojos en mí”. Sí, me ha mirado, y se me ha dado la oportunidad
de estar aquí y disfrutar el regalo de la vida, por eso “me llamarán
dichosa”.
Dichosa, porque estoy dentro del plan divino y
tengo el poder de engendrar y traer al mundo lo más grande, lo único que es y
da sentido a todo, lo que eligió el pesebre de mi corazón como cuna sencilla, y
mis manos y mis pies como pobres herramientas.
Sí, “ha hecho en mí grandes cosas” y es lo
que ilumina mi persona y mi caminar.
Grandes cosas me
rodean por dentro y por fuera, y si no las veo es porque no me he puesto en
disposición de verlo. Es mi actitud la que debe cambiar para ver que sagrado es
todo lo que existe, misterio extraordinario de luz y de fuerza.
A pesar de todas las sombras que me quieren hacer
creer lo contrario, proclamo que el Reino de la Luz es mi auténtico sitio, no
tengo nada que temer.
Me uno a todos los corazones que dan gracias y
alaban, diciendo: “Santo es su nombre”.
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