Todos
formamos parte de una cadena de transmisión de buenas energías: de lazos
afectivos, de momentos de ternura y gestos de auténtica sabiduría.
La paz
que llueve de lo alto, también surge de lo hondo y se transmite codo con codo, piel
con piel, con los que nos rodean.
Ancho
es el espacio de nuestro caminar, en él cabe todo lo que llevo y todo lo que
anhelo. Lo que me sienta bien y lo que me duele. Lo alegre y lo triste. Todo se
entrelaza para formar sendas que me llevan hacia mí, o hacia la mayor
conciencia de la realidad que habito y me habita.
Santa
Teresa: “En ti tienes que buscar a Dios y
en Dios te tienes que buscar a ti.”
Esa
Realidad divina que es lo único que existe, la produzco yo y la producimos
todos con nuestro granito de arena personal y único.
A
veces llevamos nuestra mochila personal tan cargada de superficialidades,
disgustos y egoísmos, que nos dificulta experimentar la alegría del caminante,
que es una semilla que todos llevamos dentro y siempre nos mueve a la confianza.
Esa
cadena de transmisión en la que participo es eficaz, y hasta liberadora. Yo
pongo paz en mi pequeño mundo y toda la tierra se llena de esa paz. La
resonancia universal de nuestra propia vida es algo que jamás lo podremos
comprender. Hasta “el leve aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir
al otro lado del mundo.”
En las
cosas grandes que nos suceden, como el amor, nunca hay distancias: lo que
sucede aquí, en mi corazón, se transmite en el mismo instante a todo el mundo.
Es el misterio de la perfección de la creación, donde no hay fronteras ni
fisuras. Donde todo está unido.
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