domingo, 17 de diciembre de 2017

Parte de una cadena

Todos formamos parte de una cadena de transmisión de buenas energías: de lazos afectivos, de momentos de ternura y gestos de auténtica sabiduría.
La paz que llueve de lo alto, también surge de lo hondo y se transmite codo con codo, piel con piel, con los que nos rodean.
Ancho es el espacio de nuestro caminar, en él cabe todo lo que llevo y todo lo que anhelo. Lo que me sienta bien y lo que me duele. Lo alegre y lo triste. Todo se entrelaza para formar sendas que me llevan hacia mí, o hacia la mayor conciencia de la realidad que habito y me habita.
Santa Teresa: “En ti tienes que buscar a Dios y en Dios te tienes que buscar a ti.”
Esa Realidad divina que es lo único que existe, la produzco yo y la producimos todos con nuestro granito de arena personal y único.
A veces llevamos nuestra mochila personal tan cargada de superficialidades, disgustos y egoísmos, que nos dificulta experimentar la alegría del caminante, que es una semilla que todos llevamos dentro y siempre nos mueve a la confianza.
Esa cadena de transmisión en la que participo es eficaz, y hasta liberadora. Yo pongo paz en mi pequeño mundo y toda la tierra se llena de esa paz. La resonancia universal de nuestra propia vida es algo que jamás lo podremos comprender. Hasta “el leve aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo.”

En las cosas grandes que nos suceden, como el amor, nunca hay distancias: lo que sucede aquí, en mi corazón, se transmite en el mismo instante a todo el mundo. Es el misterio de la perfección de la creación, donde no hay fronteras ni fisuras. Donde todo está unido.

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