domingo, 26 de julio de 2015

¡Aquí estoy yo!



“La vida de Isaías es la historia de un hombre entregado al proyecto de Dios.” Lo mismo se puede decir de cualquiera. También de mí.
Escuchó la voz del Señor que decía “¿A quién enviaré?”. Él respondió: “¡Aquí estoy yo, envíame!”
Todos los habitantes de esta tierra levantamos la mano a lo alto y, a nuestra manera, decimos: “¡Aquí estoy!” Es una expresión que puede significar decisión y valentía, también temor e inseguridad, porque no queremos pasar desapercibidos entre tanta gente y en un espacio/tiempo tan efímero. Allá en el fondo nos ronda la inquietud: ¿Nos verá alguien? ¿De verdad somos tan amados? ¿Qué hago yo aquí? Y gritamos en la oscuridad para que se nos vea, porque tenemos miedo, vértigo ante el misterio que vislumbramos en nosotros mismos.
“¡Aquí estoy!”, para mí significa que me pongo en marcha, que quiero acudir a una cita que tengo en todos mis encuentros, tratar con ternura a mis compañeros de camino, tender mi mano a los más necesitados. El milagro de la vida se me pone a mano en lo más pequeño, en el mismo sitio donde vivo y donde sueño.
Y la luz en mi oscuridad me la da el amor, que se manifiesta en esos pequeños pasos que todos damos hacia la unidad, hacia la aceptación de los demás y de uno mismo. Para ello no sirven tanto las palabras como los abrazos, los grandes discursos como los gestos de cercanía, que de un modo natural brotan de nosotros.
Hay una solidaridad básica que nos une y nos hace ayudar al que tenemos más próximo. Aunque en nuestra sociedad esa dimensión está a veces obstaculizada por una superficialidad y una competitividad extrema, en situaciones límite siempre nos sale ayudar, respondiendo a ese anhelo universal: “¡Aquí estoy, envíame a mí!”

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