Las palabras de toda la vida nos condicionan, son pesadas e inamovibles. Con la particularidad que la misma palabra puede tener significados diferentes para cada uno de los que la utilizan. Por ejemplo, la palabra “Dios”. A lo largo de los siglos ha sido mal utilizada e interpretada. Hasta se pueden declarar guerras en su nombre.
Por eso si esa palabra sirve para crear discordia, se puede prescindir de ella o sustituir por otras que no hieran a nadie, que cada uno busque la que más le guste.
Lo importante no es decir las cosas sino vivirlas. No se trata de dar una explicación teórica de aquello en lo que crees sino de sentirlo en tus entrañas y en tu ser. Se trata de sentir que sientes y sentir que amas y eres amada. Es decir, se trata de experimentar, sencillamente. Y saber que algo sostiene tu existencia y te ama con ternura, y que la vida está a tu favor, suceda lo que suceda.
No es así de fácil lo que se nos ha transmitido, es mucho más complicado, tanto que incluso, a veces, no nos deja enamorarnos de la vida ni disfrutar. Es como si todo lo que hemos aprendido nos acercara más al temor que a la alegría. Más a la rigidez que al asombro y la maravilla.
Creo que los que nos decimos creyentes ahí tenemos nuestra principal tarea: abrir paso emocionado a aquello que nos ama, nos trasciende y a la vez es nuestra misma esencia.
Si las palabras no sirven para entendernos, practiquemos unión y acogida junto son sonrisas, sin importar las creencias de cada uno, para no entrar en discordia.
2 comentarios:
"No sé trata de como llamamos a Dios,, sino de vivirlo".
Y no solo vivirlo. Sino vivirlo con pasión y alegría, durante siglos hemos recibido una enseñanza teológica que enzalsa el sufrimiento y la exclusión en nombre de Dios. Sepamos vivir en Dios con alegría y encuentro.
Abrir paso emocionado a aquello -Aquel- que nos ama
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