“Los ríos no beben su propia agua, los árboles no comen
sus propios frutos. El sol no brilla para sí mismo y las flores no esparcen su
fragancia para sí mismas. Vivir para los otros es una regla de la naturaleza.
Nuestra naturaleza es el servicio.”
Somos para los demás,
lo sepamos o no. Somos pequeños cauces por donde la energía pasa para inundar
nuestro mundo más cercano. Somos todos profetas de lo invisible, con nuestros
actos hacemos visible el amor infinito que pasa a través de nosotros, el que no
podemos cuantificar, medir, ni pesar, pero es nuestra misma naturaleza. Por eso todos somos portavoces de lo más
divino. Como el sol, brillamos para los demás, de nuestras aguas beben otros, y
nuestra propia cosecha también es para darla, porque lo que no se da se pierde.
La siembra está
echada y abonada. El sembrador siempre está puntual a su cita. Tan solo
necesitamos ampliar la mirada y saborear lo que ya circula por nuestro interior
más sagrado. Contemplar nuestros frutos de paz, lo que otros han depositado en
nosotros y devolverlos al mundo para que circulen y beneficien a todos.
En nuestra misma
sangre llevamos la huella de tantas grandes personas, que han dejado en esta
tierra lo mejor de sí mismas. Esa explosión de amor que nos inunda nunca se
puede perder, traspasa fronteras y también siglos. Es inmortal y es nuestra
preciosa herencia. La misma que nosotros tenemos que dejar aquí antes de irnos
para que otros disfruten de ella.
En nuestra naturaleza
está la entrega y la ternura. Desde que nacemos formamos parte de una cadena
divina para amar y servir. Somos afortunados.
1 comentario:
GRACIAS, hormiguita. Te quiero.
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