miércoles, 19 de agosto de 2015

Fe y vida



Qué ocurre cuando la fe y la vida van en paralelo. Por un lado digo que tengo fe, por el otro me hundo en las preocupaciones de la vida de todos los días, sin ver ni un rayo de esperanza ni de calma.
La fe se demuestra o se confirma, por decirlo de alguna manera, en mi misma vida. Si la fe no me asegura la confianza y la entrega total, entonces es que es una fe de boquilla, superficial, que no ha llegado a mis entrañas o a mi corazón. Se ha quedado en unas fórmulas o ritos más o menos tranquilizadores.
Es verdad que el grado o intensidad de fe se nos regala, pero también la podemos cuidar y potenciar. El que está avivando el fuego se puede acabar quemando. Del mismo modo el que arrima su vida a la luz que da el amor, puede terminar iluminado y realizado.
La fe separada de la vida no tiene sentido. Por eso al finalizar la jornada podemos hacer una pequeña reflexión sobre si la fe ha cambiado sustancialmente nuestro modo de ver las cosas.
La fe/confianza no tiene otra misión que facilitar y transformar la vida. Por tanto, es impagable. Y aunque nosotros no podemos dar fe sí que podemos contagiar confianza, serenidad, alegría, buenas intenciones, aceptación, constancia, vida plena. Todo ello cualidades que la expresan.
La fe no es para tenerla al margen de la vida sino para experimentarla en los pequeños detalles, agradables o no, de cada día.
Y va unida al amor, porque al mismo tiempo que se nos da, “escuchamos” interiormente: “Eres mi amado/a”.
Necesariamente la fe supone una revolución en la vida.

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