Me maravilla la capacidad del ser humano para
superarse, para ayudar, para encontrar soluciones a cada problema. Tenemos el
don de la superación. No hay duda de que estamos bien hechos.
Con esa capacidad nacemos, la llevamos de modo
natural y por eso no le damos demasiada importancia.
Es un hecho que sabemos cuidar unos de otros,
en las familias, en los grupos de amigos, en los trabajos. Sabemos compartir,
sabemos luchar por lo que consideramos justo.
Ya sé que no siempre dejamos aflorar esa
maravillosa capacidad, pero ahí está para cuando nos hace falta.
Vemos cuántas mujeres mayores, ahora es
ofensivo decir ancianas, aumentan en sabiduría y emplean sus capacidades de
ayuda, de disposición y escucha a favor de sus familiares o personas cercanas.
También nos acompañan con su oración y su cariño.
Los mayores de la tribu humana, ahora tan
olvidados, incluso abandonados, se conforman con pequeñas migajas de cariño. A
muchos les toca sufrir, y saben disculpar y demostrar su grandeza. También es
verdad que hay otros que se hunden en las quejas, no siempre es fácil vivir. Si
uno envejece bien no hay desconfianzas, ni envidias, ni sospechas, solo gratitud
y alegría por el regalo de la vida.
Ese es mi principal trabajo diario y mi meta:
no dejar escapar ningún agradecimiento. Agradecer para crecer, es un eslogan
que me acabo de inventar. Quiero ser tan alta que pueda tocar con las manos
cielos azules de belleza, nubes cargadas de ilusión y espacios infinitos de
misterio.
El don natural de la superación es importante
para mí. Es el que hace que no me rinda, que una y otra vez busque las alturas,
más bien las honduras, más intensamente, y que sea obstinada en mi decisión de
crecer.
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