Abro la Biblia al azar y leo en Isaías: “Tú
eres mi testigo, mi sierva, que yo elegí para que me conozcas y confíes en mí y
entiendas quién soy”. El texto estaba en plural y masculino, lo he adaptado a
mí.
Con ese mensaje aparentemente casual inicio mi
jornada, esperanzada y con confianza. La Vida toma la iniciativa y me habla con
“las casualidades”.
Sigue diciendo: “Yo te llamé por tu nombre, tú
eres mía, eres de gran valor y te amo”.
Tengo el apoyo divino de modo incondicional
porque está enamorado de mí. Ya se sabe que cuando uno está enamorado de
alguien está un poco hechizado y obsesionado por esa persona.
Cuando hay amor en una relación de pareja es
una gozada, te sientes bien, apoyada en tus decisiones, animada en los momentos
bajos, bendecida siempre. Acompañada y plenamente libre, es como ser dos y a la
vez ser uno.
Lo mismo sucede en esta otra relación, somos
dos en uno, ensamblados por el amor.
Para qué me sirve esta declaración de amor,
para saber que vivo en un ahora eterno que me acoge con ternura y hay una
esperanza gozosa que me alumbra en mi noche, es decir en mi tiempo aquí en la
tierra.
Una y otra vez recibo los mensajes que me dicen
lo importante que soy para mi enamorado, que me susurran en mi interior: eres
mía y te quiero.
Por eso me propongo derrochar lo que a mí se me
da a manos llenas porque “de lo que está lleno el corazón habla la boca” y la
vida entera.
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