Los grandes santos no tienen miedo porque pase
lo que pase confían. Esa es mi meta, liberarme de la atadura del temor para
entrar en la libertad que da la confianza.
Siempre tengo que poner en la balanza la
situación conflictiva que me quiere desestabilizar frente a la ternura infinita
divina. Gana esta última, naturalmente. Pero es una reflexión que no puedo
olvidar y que he de poner en práctica una y otra vez, porque el mundo tiene sus
triquiñuelas para atraparme en tensiones y desasosiegos y yo tengo que estar
alerta para no hundirme al menor conflicto.
No me faltan ejemplos a imitar. Cuando en plena
tempestad iban en la barca los discípulos con Jesús, este estaba dormido y los
otros muertos de miedo. Cuando le despertaron, les dijo: -“¿Pero aún no tenéis
fe?”
El
secreto es confiar en aquel que me sostiene en la vida en cada respiración y
pensar que todo lo que me sucede es para bien. Estando convencida de esto, yo
genero la buena energía que me va a posibilitar mi aprendizaje terrestre.
Las grandes personas conectan con la bondad de
los demás y siempre tienen motivos para agradecer. Eso quiero para mí. Tengo
claro lo que quiero, por eso me levanto por las mañanas con una tarea a
realizar y un motivo para vivir.
Y no tengo que dar cuentas a nadie de mis progresos
o retrocesos, solo a mi Ser interior, es decir, mi Yo auténtico.
Para todo aquel que se pone en camino
conscientemente, la vida consiste en una profunda experiencia interior.
Lo que me queda de vida es para saborear esta
experiencia, también para amar y agradecer.
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