Un relato evangélico habla de construir la casa
sobre roca o sobre arena. A nadie se le ocurriría edificar la casa sobre arena,
es un absurdo o de locos porque la arena no puede sujetar una construcción. Es
un ejemplo que se nos pone para ver sobre qué construimos la vida, sobre lo
efímero y débil o sobre la roca y la seguridad.
Construir sobre arena es poner mi confianza en
lo caduco, en lo que un día está y al otro no, es echar raíces en terrenos
inestables y engañosos.
Solo me da estabilidad lo que permanece
siempre, además no de un modo estático y frío sino tierno y lleno de bondad y
amor. Es mi huésped divino, el que se ha elegido un sitio en mí misma desde
donde seguir transformando y creando el mundo, es un lugar de paz y alegría, y
cuando yo desaparezca ese sitio permanecerá porque es mi Yo auténtico, el que
está construido sobre roca.
Esa casa bien edificada es también un lugar de
encuentro, conmigo misma, con el otro, y con lo que me trasciende. Y desde ella
yo emprendo mis batallas de amor, porque soy un guerrero al servicio de la
mejor causa.
Es una casa que yo construyo con la fe y la
confianza depositada en aquel que me guía y me habita. Y yo misma jamás podría
hacer esta obra si no estuviera ayudada por un Espíritu bueno que me sostiene
momento a momento y me empuja y da la fuerza y la sabiduría necesarias.
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