domingo, 16 de diciembre de 2018

Universidad de la luz


Me gusta ser estudiante en la universidad de la tierra. Estoy matriculada en temas muy importantes, todos lo estamos.

La vida me va enseñando, me gusta aprender. De este modo voy avanzando en mi proceso imparable hacia la luz, orientada por todos los maestros que vienen en mi ayuda, auxiliada por cada pequeño soplo de divino aire que me inunda y da vida a mi materia, con el oxígeno que me mantendrá con vida hasta que se agote mi tiempo y llegue mi graduación.

En mis clases estudio cómo pasar mi atención de lo superfluo a lo esencial, esa es una materia que cuesta. También cómo quitarme de en medio, desnudarme de inutilidades, para dejar sitio a esa preciosa realidad que me alimenta, y me abre puertas a la paz y la dicha.

No es fácil, porque a veces tengo que caer, lastimarme, perderme, y sufrir derrotas, para aprender.

La vida, gran maestra, me va indicando caminos, con todo lo que me pasa. Caminos interiores, siempre de sanación y liberación.

Alguien me va ayudando constantemente en este delicado proceso. Si yo soy consciente de esa ayuda, vivo de otra manera, porque veo luz. Si no soy consciente, aunque la ayuda sigue estando ahí, me creo perdida.

En esta universidad terrena solo el cielo me sirve. Solo ese Reino de paz y luz anunciado por Jesús, en el que estoy unida a todos y a todo.

Algo así está expresado en esta bellísima poesía de Eloy Sánchez Rosillo:

“Une entre sí la luz todas las cosas

con un hilo de oro.

Y a mí mismo me incluye;

me toma alegremente cada día

y me hilvana con ellas…

Formo parte del mundo y estoy vivo.

Soy uno más, por suerte,

en la gran cofradía de la luz”.

Soy una más, por suerte, en la gran universidad de la luz.

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