domingo, 18 de noviembre de 2018

Se llama calma


Siento atracción por la calma, es la que me hace disfrutar de todo, la que me ensancha la respiración y me enseña a vivir de verdad.

Es mi lugar favorito, el punto de partida y de llegada para todas mis batallas perdidas y mis planes sin sentido. Donde recojo los restos inservibles de todos mis naufragios, donde convoco con tan solo la luz de mi mirada a todos mis duendes interiores, que pacientemente aguardan.

Esa calma es oasis necesario en mi pequeña historia.

El Dalai Lama lo dice de esta manera: “Se llama calma y me costó muchas tormentas. Se llama calma y cuando desaparece salgo otra vez a su búsqueda. Se llama calma, la disfruto, la respeto y no la quiero soltar.”

Yo también suelo salir en su búsqueda todas las madrugadas, porque es mi lugar necesario, en el que se asienta mi esperanza y brotan palabras como flores, y también silencios que son declaraciones de amor.

Esa calma me contiene a mí, no al revés. Soy aprendiza en su escuela. Es ella la que me forma y me da lo que necesito. Es un espacio de sabiduría y de luz al que pertenezco.

La vida es muy grande, pero yo solo alcanzo a ver el pequeño rincón que habito, y no con claridad. Abundan las sombras y las preguntas, aunque a mí ya se me ha dado la única respuesta que está a mi alcance: yo misma, con todo el universo dentro de mí. Gran misterio.

Desde la calma todo se puede ser y todo se puede hacer. Todo se puede perdonar también. Y lo mejor: desde ahí se puede ver lo extraordinario en lo ordinario. Y eso es lo más.

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