Nuestro amor humano brota del mismo amor divino, no
tiene otra fuente, por eso cuanto más amamos más dejamos a Dios asomar a
nuestra piel. Dicho de otra manera, ese ser que somos, lo convocamos amando,
por lo tanto amar es igual a ser.
Y todas estas palabras para qué sirven. Para nada,
si no experimentamos la dicha y la bendición de la existencia. Si no alzamos
como única bandera la del agradecimiento.
Esta vida nuestra nos tiene que apasionar, y si no
sucede así, algo habrá que cambiar.
Quizá nos hemos puesto metas muy altas: una oración
perfecta, una fe inamovible, una confianza sin fisuras, una entrega profunda,
una armonía total. Cuando vemos que todo eso no se parece a lo que realmente
tenemos, vienen los desánimos y bajones. Y entonces decimos: yo no sé, yo no
puedo.
Qué tal si con lo poco que tenemos empezamos a dar
saltos de alegría. Es lo de ver la botella medio llena o medio vacía. Podemos
entristecernos porque realmente está medio vacía, o ilusionarnos porque afortunadamente
está medio llena.
Nuestra mente nos dice que nos faltan cosas, que no
somos capaces. Sin embargo, no nos falta nada, porque estamos aquí, hemos
nacido, eso es un hecho. Hemos sido llamados por el mismo amor que todo lo
sostiene. Y, si nos dejamos, nuestro enamorado nos irá allanando caminos y
solucionando situaciones. Nos irá quitando las pesadas cargas que queremos autoimponernos,
y nos hará ver que las adversidades son realmente oportunidades.
El primer paso es abrazar nuestra propia debilidad,
porque es ahí donde se manifiesta lo más grande. Aceptar nuestras sombras, no
rechazarlas. Caminando con todo lo que tenemos, iremos entrando en ese reino de
luz, que está justo en nuestro interior, y que da siempre frutos de paz y
alegría.
Termino con las bellas palabras de Hadewijch de
Anversa: “Que Dios te sea Dios y que tú le seas amor”.
1 comentario:
Qué tal si con lo poco que tenemos empezamos a dar saltos de alegría.
No nos falta nada.
������ Gracias mamá
Publicar un comentario