“De todo corazón
suspiro por ti en mi noche. Desde lo profundo de mi ser te busco.” Así dice el salmista.
Todos participamos de la misma búsqueda, aunque unos lo vivan más
conscientemente que otros y todos habitamos la misma noche oscura.
Buscamos en las cosas materiales, en las posesiones, en las relaciones, en
los proyectos personales. Queremos llenar un hueco que llevamos dentro, pero es
un pozo tan profundo que no lo podemos colmar nunca. Es nuestra ventana abierta
al infinito, que nos llama sin voz, su eco resuena dentro del corazón y de la
conciencia, y nos invita a vivir de modo diferente, desde la alegría y la
esperanza.
Esa voz nos dice: eres sal, eres luz,
sal de tu tierra, sal de todo lo conocido y aventúrate en el abismo de la
no-seguridad, acepta que se tambaleen todas tus creencias, que pises caminos no
señalados y que no sepas dónde ir. Es tu noche, mi noche, la de todos.
“Que bien sé yo la
fonte que mana y corre, aunque es de noche”, dice el S. Juan de la Cruz.
En el mismo punto de mi búsqueda se sitúa su búsqueda, la vida es una
preparación de un encuentro entre dos, momento a momento. Todo lo que sucede es
testimonio y anuncio de ese encuentro.
Se habla del silencio de Dios, pero no hay tal silencio, porque Dios habla
al hombre con la realidad, ese es su lenguaje.
En mi amada noche, no dejaré de llamarte y preguntar por ti: “…Si por ventura vierdes aquél que yo más
quiero, decidle que adolezco, peno y muero”.
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