A lo largo del día tenemos pequeñas obligaciones, rutinarios deberes, desde
levantarnos, atender el trabajo y ordenar la casa, hasta cuidar nuestro cuerpo
y sanear nuestro interior.
Aparentemente son actos aislados e inconexos, pero mirado desde un ángulo
superior, todo forma parte de un único proyecto humano-divino.
Esas pequeñeces en las que nos movemos son extraordinarias y únicas, porque
cada momento es irrepetible. Son encuentros con nosotros mismos, donde nos
formamos y aprendemos a querernos con el mismo amor que nos va a servir para
amar a todos. Son aprendizajes necesarios, sin duda.
Tendemos a no dar importancia a esas “pequeñas obligaciones”, y de este
modo nos perdemos horas y horas de nuestro día a día.
Dice F. Cabral: “Cuida el presente
porque en él vivirás el resto de tu vida.” Nuestro tiempo siempre es aquí y
ahora.
Ocurre que nos empeñamos en enderezar nuestro destino o que sucedan cosas
que no tienen que suceder, ahí empleamos buena parte de nuestra energía. Pero,
todo tiene su ritmo y su momento, y lo que debe ser llegará, sin que nosotros
hagamos nada. Nuestros esfuerzos no sirven.
Nos conviene poner un foco de luz sobre todo lo que hacemos y para eso
tenemos que echar mano de los pensamientos y actos de agradecimiento, para
poder ver y resaltar la novedad que nos trae cada instante y que no nos pase
desapercibido el misterio entrañable que nos habita y al mismo tiempo decide, paso
a paso y con voluntad de amor, lo que va a pasar con nuestra vida.
El Padre, que sabe y ama, nos guía. Aprendamos a decir: gracias.
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