Estoy aprendiendo que mi casa es mi altar, donde yo celebro la vida cada
día.
Me refiero por igual a mi casa física, mi hogar, mi familia, mi ambiente
cercano, y también mi casa-tierra.
En ese altar tan querido, yo hago mis ofrendas, busco el sentido en la
Palabra diaria. También pido perdón y perdono, porque la reconciliación con los
demás y con uno mismo es imprescindible.
No me olvido de pronunciar mi acción de gracias a cada momento, y así me
siento en comunión con todos.
Ese altar, real y simbólico, necesita estar limpio y sano, y esa es mi
batalla cada día.
Una batalla contra la suciedad y los malos rollos, que siempre se organizan
para ganarme el terreno, pero yo no me siento bien en ambientes sucios, y pongo
todo mi empeño en no dejarme ganar.
Tomo como modelo a los religiosos contemplativos, que se dedican a cuidar
con todo su cariño el pequeño espacio que les han asignado, y esa es su más
grande oración.
Reconozco que no siempre consigo ese orden ideal, pero no por ello dejo de
seguir intentándolo a diario. La suciedad no me deja descanso. Lucho y lucharé
por ambientes limpios, en los que pueda respirar con paz.
Cada día preparo mi casa-altar para la celebración de mi propia vida. Me
siento muy pequeña y frágil, pero a la vez sé que soy recipiente de lo más
grande. Esa unión extraordinaria es la sal de la vida, lo que la hace
apasionante y mágica.
Pongo en mi altar personal todo lo que soy, todo lo que tengo. Tú me lo
diste, yo te lo ofrezco.
Todo me ha sido regalado, “a vos lo
torno”.
1 comentario:
La batalla de cada dia por estar limpio y sano. Gracias
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