domingo, 18 de junio de 2017

Mi casa altar

Estoy aprendiendo que mi casa es mi altar, donde yo celebro la vida cada día.
Me refiero por igual a mi casa física, mi hogar, mi familia, mi ambiente cercano, y también mi casa-tierra.
En ese altar tan querido, yo hago mis ofrendas, busco el sentido en la Palabra diaria. También pido perdón y perdono, porque la reconciliación con los demás y con uno mismo es imprescindible.
No me olvido de pronunciar mi acción de gracias a cada momento, y así me siento en comunión con todos.
Ese altar, real y simbólico, necesita estar limpio y sano, y esa es mi batalla cada día.
Una batalla contra la suciedad y los malos rollos, que siempre se organizan para ganarme el terreno, pero yo no me siento bien en ambientes sucios, y pongo todo mi empeño en no dejarme ganar.
Tomo como modelo a los religiosos contemplativos, que se dedican a cuidar con todo su cariño el pequeño espacio que les han asignado, y esa es su más grande oración.
Reconozco que no siempre consigo ese orden ideal, pero no por ello dejo de seguir intentándolo a diario. La suciedad no me deja descanso. Lucho y lucharé por ambientes limpios, en los que pueda respirar con paz.
Cada día preparo mi casa-altar para la celebración de mi propia vida. Me siento muy pequeña y frágil, pero a la vez sé que soy recipiente de lo más grande. Esa unión extraordinaria es la sal de la vida, lo que la hace apasionante y mágica.
Pongo en mi altar personal todo lo que soy, todo lo que tengo. Tú me lo diste, yo te lo ofrezco.

Todo me ha sido regalado, “a vos lo torno”.

1 comentario:

Fr. Simón dijo...

La batalla de cada dia por estar limpio y sano. Gracias

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