Cuenta una leyenda china que en la parte más alta del rio Amarillo existe
la Puerta del Dragón. Para llegar hasta ella., los peces nadan a
contracorriente, algunos de ellos logran cruzar esta puerta y convertirse en
dragones.
Nosotros también tenemos nuestro personal rio Amarillo, que es la
existencia, también tenemos que cruzar un umbral transformador, donde
alcanzamos el verdadero poder, el de la mirada limpia y la bondad.
El convertirnos en dragones requiere un entrenamiento y una decisión.
También la firme confianza en que somos llevados a buen puerto, es decir, todo
va a ir bien, a pesar de nosotros mismos.
Desde que nacemos vamos subiendo por el rio de la transformación. Tenemos
las ayudas, se nos va dando lo que necesitamos en cada momento, vamos bebiendo
las enseñanzas a pequeños tragos, pero en cada trago saboreamos la vida entera.
En cada momento transitamos el camino, es importante descubrirlo. Las
dificultades no nos apartan de nuestra meta, porque ellas mismas son el camino.
Por eso, hay que avanzar con todo lo que nos sucede, sin rechazar ni despreciar
nada. Agradeciéndolo todo.
Nuestro nivel de conciencia se va ampliando, los años nos dan sabiduría y
serenidad. Por fin le damos importancia a lo que es importante. Es la hora de
experimentar la sencillez de la realidad, y de ver que todas las cosas tienen
sabor de Dios.
Con esa transformación no nos dejaremos atrapar por malos rollos que
ensucian nuestro precioso estanque interior y nos dejan chapoteando en una
sucia charca.
Convertirnos en dragones es un símbolo que significa ver la realidad con
otra mirada, cuidar nuestro espacio interior y descubrir nuestros tesoros.
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