Según sea nuestro recipiente interior así sentimos la vida. Porque la incertidumbre
es la misma para todos, pero cada uno la gestiona de una manera.
Si nuestro espacio interior es pequeño, cualquier conflicto nos mantendrá
atrapados y el dolor lo ocupará todo. Nuestra tarea es transformarnos en un
bello lago, hondo y calmado, donde quepa todo, el éxito y el fracaso, la
alegría y la tristeza. Porque nada es desechable, todo forma parte de la vida
con igual importancia.
A veces creemos que si algo no nos sale bien es que hay un error, que no
tenía que haber sucedido así y que nos hemos desviado de nuestro destino. Nada
más lejos de la realidad. Todo lo que nos sucede nos sirve para avanzar y
llegar a la meta.
Nuestro ampliado recipiente interior, nos permitirá saborear intensamente
la vida, no solo los momentos dulces sino también los que están cargados de
dolor. Nuestro horizonte personal será más grande, ya no estaré yo solo conmigo mismo, sino que me
sentiré dentro de un maravilloso misterio, que no puedo explicar con palabras,
y al que se le llama Padre y también Dios.
Con esta nueva mirada, el estar aquí se nos aparece como el mayor de los
regalos, no queremos perder esa sensación de gratuidad y de privilegio, de
encuentro y ternura.
Si alcanzamos esa plenitud, nada ni nadie nos podrá arrebatar la serenidad
ni la alegría.
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