Escuché decir a alguien que ante Dios tan solo podemos tener una palabra: GRACIAS.
En nuestra plegaria más íntima, nos hemos acostumbrado a mucha retahíla y
palabrería, a querer explicar, a Aquel que nos sostiene en su amor, lo que nos
pasa, nuestras intenciones y proyectos, nuestras dificultades e impedimentos.
El porqué y el paraqué de todo lo que hacemos. Y lo que es más increíble, nos
atrevemos a indicarle lo que él debería hacer en nosotros. Utilizamos a Dios de
manera egoísta, para buscar seguridad en medio de las dificultades de la vida.
Nos refugiamos en la religión para estar tranquilos.
Ante Dios solo cabe sentirse en plenitud y expresar agradecimiento. Sobran
palabras.
“Ten la convicción de que en todo momento y sin excepción él hará y está
haciendo lo que es mejor para ti”. (Ma Anandamayi).
Es hora de darnos cuenta que viajamos permanentemente en el tren de la
gracia y la providencia divina. Allá donde estemos y hagamos lo que hagamos,
jamás nos apeamos de ese tren. Por tanto, vivimos en tierra sagrada cada
momento de nuestra vida.
Somos hijos amados, toda la creación lo es. Sentir esa filiación en el
corazón es extraordinario, y es lo que nos hace humanos.
No controlamos todos los hilos de nuestra vida, se nos dan unas
circunstancias, un lugar, un tiempo. Todo está preparado para nuestro
nacimiento a la gratitud y la alabanza.
Cuando nosotros agradecemos somos la boca de toda la creación agradecida,
somos su portavoz.
Decir GRACIAS da sentido a todo
lo creado. Pone el broche de oro a las personas y a las estrellas.
1 comentario:
Gracias
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