Sabernos valiosos y amados nos ayuda a saber quiénes somos y, como
respuesta natural, a valorar y amar a otros.
No respiras solo, no ríes solo, no sufres ni disfrutas solo. Alguien te
alienta, te impulsa, te conduce para llegar a ti mismo. Dios no fracasa.
Con el conocimiento de uno mismo nos aproximamos a la fuente que brota en
nuestro interior y ahí nace la fuerza necesaria para entusiasmarnos por la vida
y sus pequeños/grandes detalles. Cambiamos la mirada y todo cambia de color.
Es una gozada sentirse mimado por la vida. Y todo esto gratis. Sin esfuerzo
ni mérito alguno. Porque sí. Y para todos. Que uno no se dé cuenta no quiere
decir que el amor no esté habitándole en todo momento.
Puede ser que alguno diga: “Es que a mí no me pasan grandes cosas.”
Entonces conviene empezar por lo más básico: recuperar la capacidad de
maravillarse. Ser consciente del milagro que supone existir. Abrir los ojos y
ver los colores y los paisajes es algo milagroso. Escuchar los sonidos. Tener
pies para caminar. Brazos para dar abrazos. Tener corazón compasivo, de
hermanos.
Si es que nos hemos vuelto insensibles hay que estrenar nuevos ojos y
nuevas alas que nos devuelvan el entusiasmo.
Para los griegos, entusiasmo significaba “tener un dios dentro de sí”, “inspiración
divina”, “rapto divino”.
José Antonio Marina: “Creo, como
creían los antiguos griegos, que el entusiasmo es un don del cielo, o sea, una
suerte recibida que conviene proteger. La etimología de la palabra es
iluminadora: en-theós. Sentirse poseído por un dios.”
Viendo el origen de la palabra, puedo decir plenamente que estoy
entusiasmada porque me siento amada y poseída por Dios.
1 comentario:
Sentir al Dios vivo dentro
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