Muchas distracciones tenemos en el camino, demasiadas tentaciones de poner
la mirada en lo accesorio y secundario, y de esta manera perdernos la esencia
divina que tiene en nosotros su expresión más grande.
Tenemos tendencia a sacar a relucir lo que separa y divide, y olvidar lo
que une y da sentido a todo lo que existe. Cuanto más dividimos y hacemos
partes, más perdidos nos encontramos.
Si cuidamos el Amor, y practicamos Dios, entonces nos conectamos con esa
Fuente de ternura que ha permitido que brotemos de ella.
Montemos vigilancia en nuestros pensamientos y deseos, para que siempre
construyan y unan. No nos sumemos al carro tan tentador de las críticas y las
descalificaciones personales, donde, por supuesto, siempre pretendemos quedar
nosotros por encima.
Nuestra misión se convertirá en salvar la Bondad y la Belleza de la tierra,
emplearnos a fondo en este proyecto ilusionante.
Salvar a Dios, para eso estamos aquí y dirigimos nuestra propia nave.
Recoger los trozos descompuestos y devolverles su esencia sagrada tan solo con
nuestro propio aliento y con nuestra mirada.
El amor siempre une y enriquece la vida, porque busca la mejora o la
realización de todas las posibilidades del ser humano, tanto del que ama como
del que recibe el amor. Aquel que no ama se empobrece y se apaga.
Salvar a Dios,
recoger restos
olvidados,
tímidos
reflejos,
y los trozos
descompuestos
arreglarlos con
mis manos.
Mimar la pobre
esperanza,
darle firme
apoyo y alas,
recoger todos
los llantos
en mi regazo
y desbrozar la
senda
del ser humano.
Salvar el mundo
soñado,
diseñarlo
y adornarlo con
pasión
tratar con
cariño
a todo lo que
hay creado.
Besar el suelo
de mi planeta,
curarlo de sus
tragedias,
de sus heridas,
acompañarlo en
el tiempo del dolor
y del desgarro
y contagiarlo de
mi energía.
Salvar la amiga
palabra,
el camino
interno
y el abrazo y el
beso.
Trabajar para la
paz del universo.
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Unidad
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