Tenemos una misión, que es también un deber, con todo lo que nos rodea: es
el compromiso de la bondad. No podemos decir que somos humanos y actuar como
nos dé la gana, debemos mirar el lado bueno de todo y de todos. Si nos sentimos
amados, tenemos que amar. Somos soldados al servicio de la paz, por eso tenemos
mucha faena por delante.
No podemos deshacer con nuestros actos lo que confesamos con la boca,
porque si decimos que creemos en ese Ser trascendente que nos envuelve con su
ternura, eso nos marca y nos hace diferentes: no podemos juzgar ni condenar ni
discriminar a nadie. Dicho en positivo sería: ser amigos y hermanos de todo y
de todos.
Sabemos lo que tenemos que hacer, aunque no siempre lo hagamos. Ya lo dice
San Pablo: “No hago lo bueno que quiero
hacer, sino lo malo que no quiero.” (Rom 7,19).
En nosotros mismos está nuestro trabajo, para ser coherentes y poder actuar
siempre en consonancia con nuestros anhelos más hondos y nuestros deseos de un
mundo mejor.
Se puede llamar también fidelidad: ser fieles a aquello en lo que creemos,
que nos mueve y nos llena el corazón. Son palabras grandes: misión, bondad,
coherencia, fidelidad.
No siempre conseguimos esa autenticidad, está claro, pero siempre tenemos a
mano la reflexión íntima y cotidiana para ver por dónde vamos, si nos hemos
desviado, o si nos hemos hundido en la indiferencia. Si hemos perdido la
ilusión en este peregrinaje-vida, que es un pequeño trayecto en el que estamos
sin que sepamos muy bien el porqué.
Todo es más fácil de vivir cuando recibimos el gran regalo de la confianza,
que nos hace caminar alegres y esperanzados. Nos hace ser coherentes y
auténticos.
1 comentario:
Alumbren las buenas obras. Me alegro que el mensaje nos comprometa
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