Cuando llega el momento de la muerte nos llevamos con nosotros un montón de
momentos alegres, y otros tristes o conflictivos. Yo pongo mi empeño en
llevarme más de los primeros. Para ello tengo que reconocerlos y saborearlos en
el mismo momento que se presenten. Y estar atenta para que no se me escape
ninguno.
Todos tenemos esos especiales momentos, de alegría y de armonía, son
regalos que nos indican el para qué de la vida: para disfrutar, para agradecer.
No tienen nada que ver con que estemos o no bien de salud, o con que nos
vaya mejor o peor la economía. Cuántas veces la gente que pasa por procesos
difíciles nos da lecciones de optimismo y de saber vivir.
El momento de alegría se presenta a cualquier hora, en cualquier circunstancia,
siempre que somos capaces de dar gracias por todo lo que nos sucede, porque siempre
podemos ver el lado bueno, el gesto cariñoso, la cara amable o la botella medio
llena, no medio vacía. Todo es cuestión de actitud.
Quizá el secreto está en saberse en,
no fuera de, es decir, si tenemos
conciencia de pertenencia o filiación divina, eso nos hará experimentar
burbujas de alegría hasta en los momentos que se supone debían ser tensos o
problemáticos.
Aceptar personas, situaciones, sin condiciones, bendecir lo que va llegando
con la seguridad del que se sabe amado sin límites. Cualquier prueba por la que
pasamos viene de parte de Aquel que nos ama.
Cada día atesorar momentos alegres. Que no se me olvide.
1 comentario:
Saberse en gracia. O sea en buena relación íntima con ese Dios interno y lo mejor posible con los semejantes
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