Porque necesitamos calor, salimos de un cálido vientre. Porque necesitamos
agarrarnos a la vida, nacemos con el instinto de succionar y alimentarnos.
Porque necesitamos cariño, nuestra misma piel está adaptada para disfrutar de mimos
y caricias.
Cada bebé que nace es un milagro, de fragilidad y de fuerza. Es una
realidad y también es una promesa.
Es la prueba viviente de un pacto de amor, por el que Dios mismo vuelve a
nacer en cada uno, porque Dios mismo nace y muere con todos nosotros.
El corazón se derrama en ondas generosas de ternura ante cada criatura que
nace. Después la vida nos llevará por diferentes caminos y pruebas, y ese
milagro primero se nos olvida, pero conviene recordarlo para no estar
indiferentes o lejanos al misterio mágico del que procedemos.
Siempre somos ese bebé que nace, necesitado de todo, frágil, indefenso
anhelante de caricias y, a la vez, confiado, receptivo, agradecido.
Por muchas capas que nos pongamos encima, por muchas costras que
acumulemos, el bebé que somos está intacto, palpitante, lleno de inocencia.
Un nuevo miembro hay en mi familia, una alegría de las que desbordan el
corazón y nos dejan sin palabras ante el milagro que supone cada nacimiento.
Desde aquí doy las gracias por este bebé que ha nacido y con su sola
presencia nos ayuda a toda su familia a sacar lo mejor que hay en cada ser
humano: el amor.
2 comentarios:
Enhorabuena por la criatura que ha sido regalada a tu hija y te inspira estas palabras
Es asombro acoger al que nace,claro que si,ante ese acto de amor se abren los cielos y es la Unión entre la divinidad y lo terrenal.Enhorabuena, conchi
Publicar un comentario