miércoles, 7 de diciembre de 2016

Es mi Adviento

No hay quien pare el viento del Espíritu. No podemos poner freno al torrente de su amor. Ese amor que no nos deja aletargarnos, que nos hace buscar y avanzar.
A todos nos sobran ganas y esperanza, también vamos sobrados de paciencia y de luz. No es mérito nuestro, nos lo encontramos por el camino siempre que nos hace falta, porque nunca estamos desasistidos o abandonados.
No se puede poner freno a la ternura infinita. Lo dice el profeta Isaías de esta manera: “Han brotado aguas en el desierto, torrentes en la estepa, el páramo será un estanque, lo reseco, un manantial. (Isaías 35,7).
Siempre el amor nos tiende una mano y viene a nuestro encuentro. “En todo hay un camino para el amor, aunque no todo lo que ocurre en esta vida sea bueno”, lo leí en una ocasión.
Andar sedientos por la vida es un lujo, porque la sed ya anuncia el agua. También Adviento es presencia divina ya, disfrutada momento a momento. Es una espera ya preñada de amor, porque todo ocurre en este instante o no ocurre.
No pensemos que partimos de la nada, partimos del mismo amor para volver a llegar a él. Esto no es algo intrascendente sino la más maravillosa de las experiencias: es el descubrimiento de nuestra naturaleza verdadera.
Vivir para descubrir de qué estamos hechos, qué nos mueve y nos guía. Ese es el sentido de toda vida.
También es el sentido de mi vida: qué me mueve, quién me guía y me abre senderos en mi noche. Quién es un enamorado tierno y se instala en mi corazón y se asoma en mi piel.

Ese es mi Adviento: un tiempo de encuentro y alegría.

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