domingo, 20 de noviembre de 2016

Gen divino

Me admiro a mí misma. Admiro la capacidad que tenemos todas las personas de ponernos al servicio, de pensar en los demás.
Veo todos los días gestos de cercanía y de unión, en lo pequeño. Lástima que no salgan en las noticias, porque merecerían ser contados, con grandes titulares, con fotos. Pero lo que tiene audiencia es lo macabro y los asesinatos, por eso nos los narran todos los días.
Esa capacidad de unión alegre y de armonía compasiva la hemos heredado de nuestro Padre/Madre. Hemos heredado su corazón y eso se nota allá donde vamos.
Todos los seres humanos nos parecemos en lo esencial, tenemos los mismos rasgos divinos. Todos. Habrá quien esté pensando en excepciones, sin duda las hay, están provocadas por enfermedades y malos hábitos adquiridos.
La semilla ya está plantada en todos nosotros, ya nos nacen brotes y nuestras raíces van por el aire, se extienden a lo hondo y a lo alto en busca de alimento. Y se entrelazan con las de nuestros hermanos. Siempre nuestro alimento es el cariño, y de esa sustancia nutritiva estamos llenos. Es nuestro gen divino.
El Amor se derrama de un modo infinito, excesivo, sin medidas y vemos brotar a nuestro paso las flores de la confianza, la paciencia, la ternura, el encuentro emocionado, el perdón, la entrega.

En mí, como en todos, está la huella de aquel que me crea y me ama. Cuando digo que me admiro a mí estoy resaltando esa cálida presencia que me mantiene en la vida y da color de amistad a todo cuanto toco.

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