domingo, 14 de agosto de 2016

Sembrar



No se nos olvide nunca que en cada corazón humano hay un surco abierto, preparado para recibir los dones, las buenas intenciones y mensajes necesarios.
No se nos olvide que nuestro terreno interior lo tenemos preparado desde que nacemos.
A veces, cuando vemos la cerrazón de las personas pensamos que no hay nada que hacer y nos permitimos negarles hasta las sonrisas.
Pero dentro siempre tenemos buena tierra, aunque esté tapada por deshechos y basuras emocionales, el interior más íntimo es puro, es sagrado. Así lo tenemos que experimentar en todos, porque ese interior es el Reino amado del que nos habló Jesús, es la marca de la casa, si estamos aquí es porque llevamos ese sello divino. No nos fijemos en las apariencias desastrosas sino en la luz que nos alumbra y nos da vida.
Nuestra misión es recoger las semillas a nosotros destinadas y también sembrar. Depende de lo que sembremos así se recogerá, puede ser que no lo recojamos nosotros pero la siembra siempre da su fruto.
A veces las cosas simbólicas conviene que las hagamos reales, por eso, propongo que pongamos en nuestras manos unas cuantas semillas, que las acariciemos, las amemos, nos concentremos en ellas y pensemos que esas son las semillas de nuestra vida listas para sembrar.
En la buena siembra nos va la vida, no importa lo que hagamos ni a qué nos dediquemos si nuestra intención es buena. Esa es la semilla que se espera de nosotros.
Y cuando hayamos empleado la vida en ello, que no se nos suba la vanidad a la cabeza porque no olvidemos que todas las semillas son de Dios.

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