“Alguien más allá de toda forma y
nombre, puso en nosotros aliento y voz para poder ser constatado y narrado.”
(R. Redondo) Alguien me está dando lo necesario para que le narre, para eso
primero tengo que sentirlo, vivirlo, rastrear su presencia en mí. Después la
boca se abre sola y todo lo que sale es anuncio. “De la abundancia del corazón
habla la boca”.
En el abrir y cerrar de ojos que
supone una vida, en ese momento tan fugaz como una pequeña estrella que vemos
pasar en la lejanía, en esa nada estoy queriendo descifrar lo que me pasa y
buscando el corazón infinito de luz que
me alumbra y sostiene, me cuesta asimilar que ya estoy y soy en él, me pasa
como a aquel pequeño pez que iba preguntando a todos dónde estaba el océano.
Ese Alguien “más allá de toda forma
y nombre” ya sabe lo que me conviene. Y me lo da. Mi aprendizaje es bien
sencillo: no poner oposición, dejarme hacer por la vida, dar mi bendición a lo
que llega. Es de lo más relajante y, aunque parezca lo contrario, es lo que más
libre me hace. Porque no estoy sujeta a reglas ni opiniones.
Esa libertad me hace abandonar
seguridades, creencias, dogmas. También vivir libre de ataduras, con lo que
estreno cada día un camino personal y único.
Tengo que decir que esa libertad es
mi mejor aliada, porque es la que me quita los miedos y me acerca a la
confianza.
Alguien que no tiene nombre dirige mi vida, y es
quien me da esa libertad y esa confianza. Y me enseña sabiduría profunda, la
que me sirve para agradecer mi paso por este océano de luz.
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