domingo, 12 de junio de 2016

Gastarse



Gastarse y desgastarse para sentirnos vivos, para utilizar nuestro tiempo-espacio-energía al servicio de los que están con nosotros, también de nosotros mismos. Todo lo que se hace a favor de otros le beneficia a uno mismo.
Si no nos gastamos por los demás algo se queda por estrenar: nuestro corazón más compasivo y humano.
Ese desgastarse, como es natural, lleva aparejadas roturas, lágrimas, golpes y asuntos incómodos. Porque cuando uno se entrega en el campo de batalla del servicio y del amor, puede ocurrir de todo: desde la alegría al sufrimiento.
“El corazón más hermoso”, dice un relato que está en internet, no es el que está intacto, es el que tiene remiendos, desperfectos, trozos mal ensamblados, esto es: un corazón que ha dado mucho y ha recibido mucho, No siempre es ese un intercambio equilibrado y perfecto, puede dejar cicatrices.
Es un corazón que se consigue al final de toda una vida de gastarlo, de servir, salir fuera de uno mismo, dar apoyo y animar. Se trata de ser alfombra para que otros la usen y se realicen.
Para ello abandonar nuestro egocentrismo: yo, yo y yo. Y ponernos a escuchar al hermano necesitado. Sin juicios ni condenas. Sin avasallar con nuestra opinión, sin ponernos en primer lugar, sin querer figurar. Tan solo vivir para todos: gastarnos.
Y no unirnos al carro de las quejas, que están tan de moda, quizá lo han estado siempre. Cuando nos quejamos estamos buscando ser centro de atención, centro de todo.
El amor que llevamos en depósito es para darlo, si no se da se pierde. Es un regalo para gastarlo, y misteriosamente, cuanto más se da, más se recibe.

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