No somos los que controlamos el
devenir de nuestra vida, no elegimos dónde nacemos, ni la familia, los
espacios, ni las circunstancias que van llegando.
A los humanos nos toca vivir la
riqueza de la incertidumbre, del no-saber, de la sorpresa y la esperanza, todo
a un tiempo.
La vida de esta manera se
convierte en una aventura y una incógnita, en la que entra en juego la libertad
de cada uno, y, para los que creemos en el Amor, en la que somos amados segundo
a segundo, con lo cual esa intriga nuestra no es angustiosa o desesperada sino
bella.
Somos libres para amar o no. En
nuestras decisiones erramos, metemos la pata, nos equivocamos de camino. Pero
cuando nos enteramos de que nuestro Fondo es la Bondad y la Dicha, se nos
acaban las angustias y nos entra la confianza de estar amparados, protegidos,
incluso mimados, y eso lo vemos hasta en los más pequeños detalles.
La magia de esta aventura humana
es abundante en matices y se manifiesta en los encuentros: conmigo, con el
Otro, con los otros. Nos deja un poso de alegría, que a veces lo notamos como
un cosquilleo interior. Y nos hace ser confiados y creativos, como los niños
que se sienten amados por sus padres.
Es todo un reto, un aprendizaje,
llegar a aceptar, a fluir al ritmo de lo que va viniendo y saborear momentos. Y
para ello dejar de tropezar conmigo misma, con mis exigencias y mis apegos. Con
mis enseñanzas caducadas.
Utilizar la imaginación, el
impulso interior, las ganas. Para poder ayudar al Abbá Dios, porque debe ser
muy difícil para él lidiar con nuestros estallidos y egoísmos, también con
nuestras indiferencias.
Y vivir plenamente ese no-saber,
empezando ya a disfrutar de un encuentro amoroso, poniendo todo nuestro ser y
todos nuestros sentidos, que están puestos ahí para eso precisamente.
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