Me cuesta entender la vida como
solo-amor, solo-libertad. Y una nube de malos presagios se me quiere asentar
continuamente sobre mi corazón para robarme la belleza de cada momento.
Pero yo no me dejo atrapar, me
rebelo y me agarro a un Duende que me tiende su mano, yo le doy la mía y
emprendemos un camino de entendimiento, lleno de guiños de ternura y de íntimos
encuentros.
Me alegro de que la Vida me haya
elegido, me haya dado una oportunidad de hablar de tú a tú con el infinito,
Padre y Madre de todo.
Lo que se llama “vida eterna” está
ocurriendo ahora mismo en mí y en ti. Lo del tiempo es un accesorio,
secundario, pero es mi ancla, mi enganche con lo que no tiene tiempo ni
espacio, por eso lo bendigo y me inclino ante él.
Soy tan frágil y tan ignorante, que
escribo pretendiendo saber algo. Solo pido que se ponga todo esto en duda y
cada uno adorne su propio desierto, su soledad más honda, con las perlas de
sabiduría que en cada corazón se han depositado, es suficiente.
Esa misma sabiduría existió antes
de los orígenes de la tierra. Es la que enmarca mi peregrinación y me presta su
energía para cada paso mío, dependo de ella para abrir la boca y proclamar mi
decisión de amar.
Cuando hablo de sabiduría, en mi
corazón suenan campanas, algo da saltos en mi interior, a la vez que mis
planetas interiores se ponen en órbita y en gozosa armonía.
Como los rayos de sol que nos dan
su luz, así es la sabiduría, se abre paso de mil maneras para alumbrarme,
porque es mi esencia.
“Yo,
la sabiduría, sé hallar los mejores consejos,
en
mí están el propósito y su realización,
yo
soy el buen juicio y la fuerza.
A
los que me aman les doy su parte:
lleno
sus casas de tesoros.” (Pr. 8)
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