Cuanto más nos agarramos a nuestra
pequeña parcela de tierra más sufrimos.
Los imprevistos, lo inesperado, lo
que no habíamos planificado nos sale al encuentro. No se tienen que modificar
los acontecimientos para que nos quedemos tranquilos, somos nosotros los que
tenemos que adaptarnos, moldearnos y admitir el cambio. Porque somos cambio,
cada momento, cada aliento, es nuevo. También nuestras células se renuevan
continuamente.
Salir de nuestro propio interés,
de nuestro egoísmo. Dejar que la vida nos vaya indicando el camino que tiene
para nosotros, no impedírselo.
“Otros
tienen lo que necesitan, solo yo no poseo nada. Solo yo vago sin rumbo como
alguien sin hogar. Voy a la deriva como una ola en el mar; viajo sin propósito,
como el viento. Soy distinto de los demás. Bebo de los pechos de la Gran Madre.
(Tao)
Pues así conviene ir, con el ritmo
y el propósito que nos marca la vida, aprendiendo y bebiendo las enseñanzas que
nos llegan porque la Gran Madre, la Bondad en persona, nos alimenta.
Cuánta desesperación y cuánta
frustración cuando pensamos que todo depende de nosotros mismos. Nos venimos
arriba con los éxitos, nos hundimos con los fracasos, pero eso no es más que el
continuo vaivén de la existencia. Nuestra misión es cuidar la vida con todo lo
que lleva dentro, como se cuida un bebé, con ternura e ilusión, con
enamoramiento y también de un modo apasionado porque la vida nunca es aburrida,
cuanto más la atendemos más detalles se nos desvelan, más agradecemos.
Dentro del vaivén y el ritmo
vertiginoso, una chispa de luz permanece y nos guía. Viene a nuestro encuentro
y nos da seguridad. Esa luz habita en nosotros y nos invita a seguirla. Sigamos
sus indicaciones.
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