Ser trasparente, me gusta esa
expresión. Todos lo somos: el que se le ve siempre la buena intención, y
también el que esconde algo.
Como si no hubiera piel ni
órganos, ni materia, lo principal se ve a través de nosotros. Es ese aire que
queda a nuestro paso, ese algo que nos hace ser especiales y únicos.
A muchos se les nota la intención
de lejos, son trasparentes. Vemos en su gesto y leemos en su mirada. Para las
personas que nos conocen bien también somos siempre trasparentes, no les
podemos esconder nada.
También es una cualidad que nos
hace vivir con fluidez, no “chocar” con los acontecimientos, dejar que sucedan,
esta es la sabiduría que se va alcanzando con los años.
Hay una “dimensión esencial” en
cada uno de nosotros, que nos une a todas las cosas y nos posibilita contactar
a unos con otros, de corazón a corazón, por un camino directo, sin dobles
intenciones. Mi ser es tu mismo ser, y viceversa.
Esa dimensión nos hace humanos,
buscadores y aventureros, alegres y enamorados de lo que tenemos entre manos.
Nuestros auténticos maestros en esto son los niños pequeños, vemos cómo miran
todo con asombro, señalan cada cosa, descubren, se entusiasman, son dichosos.
“El
amor es eterno, el universo es su vestidura”, dice Rumí.
Pues a través de nuestra vestidura trasparentamos lo más grande, en mayor o
menor medida, lo que vive en nosotros y acompaña nuestras soledades, lo que nos
hace salir al encuentro del otro, que tiene nuestra misma vestidura.
Si ampliamos nuestros horizontes
interiores, el aire circula con más libertad, se nos agranda la dicha y eso
siempre se nota por fuera, porque estamos trasparentando aquello para lo que
estamos aquí: amar y ser amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario