La Palabra divina es muy certera.
Este es el primer consejo que me da en este año recién estrenado: “Siéntate en
silencio, métete en la oscuridad. Ahora te voy a anunciar cosas nuevas, cosas
secretas que no conocías, cosas creadas ahora.” (Isaías 40, 47).
Parece que estas indicaciones van
a contracorriente de lo que se lleva, que es el bullicio y el estar eufórico
por decreto, el consumismo y la diversión a tope.
En medio de tanto júbilo y
algarabía que trae el nuevo año, me pide silencio, meterme dentro y me anuncia
algo creado ahora mismo. Me aconseja cosas muy sencillas: calla y observa tu
interior, algo nuevo te espera dentro.
Yo, que bebo de esa Palabra, me
dispongo al silencio y me alegro por anticipado de esos secretos compartidos
que voy a saborear.
Mi corazón necesita eso, es lo que
me hace dar saltos de gozo en la intimidad de mi ser.
Solo deseo una cosa: que mi
actitud sea propicia para ver nacer esa novedad que se me anuncia. En esa
actitud tengo que trabajar y formarme, poco a poco, tengo toda la vida que se
me conceda para ello, con la fuerza que me presta mi Espíritu, el que se
encarga de mí y lleva mi caso.
En este año que se inicia lo tengo
todo por hacer y a la vez todo hecho. Parece contradictorio, pero no lo es. Yo
nunca voy a poder conseguir nada, porque las cosas no dependen de mí, el
universo tiene su propio ritmo. Todo está hecho, yo me aplicaré en ayudar al
que tengo a mi lado, además de saborear y recoger pequeñas migajas de
felicidad. Es suficiente para una persona humana sobre la tierra.
Mientras tanto, que mi casa esté
abierta, que mi corazón no tenga puertas, que la vida encuentre su cobijo en
mí, que mi carne sea transparente, y que mi alfarero disponga mi barro a su
antojo.
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