domingo, 20 de diciembre de 2015

Tocar el infinito



Podría conformarme con sobrevivir pero prefiero tocar el infinito mientras friego mis cacharros y limpio todos mis rincones. Para ello voy a bucear en mi presente, tan pequeño a la vez que eterno.
Vivo conmigo misma, día y noche, y aún espero sorpresas, porque no me conozco, ni me acabo de creer el fondo mágico de agua y de luz en el que reposan mis entrañas.
Tengo tanto que aprender, mejor dicho, que desaprender. Se me ha metido en la cabeza que soy creadora con el creador. De locos, porque tan solo soy un eslabón en esa cadena de ADNs que se inició con la creación o que no se inició porque ha existido siempre.
Como nos dice la epístola: “corramos con fortaleza la carrera que tenemos por delante”. Como la fortaleza no es mía y el anhelo me lo ha prestado el amor, puedo estar segura de que llegaré a mi destino.
Se trata simplemente de tener buenos deseos, buenos sentimientos y proyectos. Dice Buda: “Lo que piensas, lo serás. Lo que sientas lo atraerás. Lo que imaginas, lo crearás.”
La siembra está echada, ahora me toca ver brotar en mí los frutos de lo que ya está plantado por el ser infinito, desde el origen de los tiempos.
Para saborear esos frutos, es decir, para adentrarme en mi presente tan cercano no necesito más que tomar la decisión de estar atenta.
No quiero que la vida se me vaya en distracciones o en frustraciones, lo poco o mucho que soy, voy a disfrutarlo, festejarlo y agradecerlo al máximo.
Ofrezco mi vida-plegaria junto a tantas otras, como farolillos encendidos que se elevan en la oscuridad.

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