La vida es sagrada y todos sus
momentos también. Ponemos barreras cuando hacemos distinción entre “sagrado” y
“profano”.
Todo es sagrado porque estamos
inmersos en el misterio de la creación que nos une con el creador. El hecho de
estar aquí supone una relación completa, profunda y perfecta con aquello que
nos da la vida.
Y qué quiere decir exactamente
sagrado. Buscando en internet: relativo a la divinidad, que inspira respeto,
sirve de refugio contra el peligro. Digno de veneración, relativo al culto
divino, inmodificable.
Cuántas veces en las religiones se
sitúa a lo profano enfrente de lo sagrado, en oposición.
Si yo me doy cuenta de todos los
privilegios que se me conceden, hasta en las acciones más pequeñas me alineo
con lo más grande. Si no me doy cuenta es porque he cerrado mi espacio interior
y hasta mis poros y no dejo que se vea y que brote aquello que ya está en mí.
La Biblia lo dice: Todos somos
sacerdotes, profetas, santos, reyes. Eso es lo que significa ser sagrados.
Soy persona humana sagrada porque
realmente yo vivo en un lugar que no tiene materia, que se sitúa donde me
llevan mis pasos, en el que me acompaña toda la tierra y todos mis espíritus y
mis personas amadas. Es un lugar siempre de encuentro, conmigo misma o con
otros, en el que suceden cosas maravillosas porque estoy inmersa en la belleza
y la bondad. Y en el que solo me sirve la alegría y el agradecimiento.
Es un lugar llamado Dios. En cada
aliento yo lleno mis pulmones con su luz y su energía y su bendición oxigena mi
sangre, y se extiende por todas mis células. Por eso de mi boca siempre salen
alabanzas.
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