En el mes de septiembre, el
papa Francisco habló en Filadelfia a las familias. Me quedo con una preciosa
frase: “La vida siempre tiene sabor a hogar.”
Es en el hogar donde aprendemos
el valor de los pequeños gestos. Gestos de acompañamiento, abrazo y también de
plato caliente.
La familia es nuestro lugar
natural de preparación para lo que vamos a hacer luego. Desde que nacemos nos
acompaña la ternura de la madre y del padre. Ya era yo estudiante universitaria
y aún venía mi padre a mi habitación para ver si estaba bien tapada en las
noches de frío. Infinidad de gestos como ese nos dejan huella.
En la familia se aprende
generosidad, compasión, apertura y acogida, acompañamiento y actitud de
servicio. Y se aprenden no como clases teóricas sino a través de “pequeños
gestos milagrosos de amor”.
Por eso, dice el Papa que
nuestras familias son iglesias domésticas, es ahí donde comienza nuestra
formación cristiana.
“Los gestos de amor que uno
aprende en el hogar, se pierden en el anonimato de la cotidianidad pero hacen
diferente cada jornada”.
En estas fiestas navideñas nos
juntamos las familias, nunca es todo tan idílico como nos hacen ver los
anuncios edulcorados y la propaganda televisiva.
Muchas veces vemos a las
familias inmersas en tensiones y conflictos, la convivencia no es fácil, por
eso conviene revisar nuestra propia familia, ver dónde podemos reforzar el
amor, dónde nos hace falta aplicar paciencia, compasión y comprensión.
Con los más cercanos es donde
se prueba el amor. Estos días tenemos una nueva ocasión de demostrarlo.
Al final, el Papa hizo una
pregunta, para medir nuestro amor: “En
mi casa ¿se grita o se habla con amor y ternura?” Con esta pregunta nos
quedaremos meditando para ver si tenemos que poner solución en algunos casos.
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