Las tensiones son como la suciedad
de las casas, siempre se quieren imponer y hay que hacer una faena constante y
meticulosa para que no consigan dominarnos.
Nuestro estado perfecto es el de
pureza y limpieza, buena disposición y humildad, sin embargo hacemos mucho más
ruido cuando nuestra actitud es negativa o violenta, porque enlazamos con las actitudes
negativas de las demás personas y de toda la sociedad. Por eso los telediarios
solo dan crímenes, accidentes y violencia, porque eso es lo que la gente quiere
ver.
Mi propia limpieza, interna y
externa, va unida a mi propia formación. Formarme equivale a limpiarme,
quitarme capas innecesarias, ir a lo esencial de mi persona. Al final, los
objetivos más básicos de esta vida son bien sencillos, todos se centran en
torno a vivir en armonía y crear espacios de paz.
Cuando yo limpio un rincón, allí
se refleja la luz que me habita. Cuando quito suciedad, queda belleza. Cuando
aparto los trastos inservibles y adorno mis espacios, entonces mi vida es mi propio
altar, donde se realiza mi conexión con lo divino.
Sin duda, cuando hacemos limpieza
nos sentimos mejor, respiramos de modo diferente, alcanzamos más calma. Esto
sucede tanto en el entorno físico como en nuestro interior. “Si no hay pureza
en el corazón no habrá limpieza en la lengua” (Sai Baba).
Una buena faena es ver dónde se
nos ha acumulado malhumor o enfado, que tanto nos perjudica y nos ensucia por
dentro, sus efectos se quedan en nuestra persona.
Al respirar compasión y no dureza
de corazón, se consigue un mundo más humano, en el que todos estamos para todos.
En el espacio que me ha tocado para vivir, ese que va desde mi piel hasta mis
entrañas, yo lo quiero conseguir.
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