Hay unos seres con un corazón diminuto y un cerebro blando,
interrogador y exigente, que se levantan de la tierra y se creen dueños y son
déspotas.
Hay un camino que ha sido creado para cada uno de ellos, solo tienen
que buscar el regalo de la confianza depositado en su interior y pronunciar un
sí, entonces brota como algo mágico la alegría que parecía dormida, y empiezan
a saborear, tocar, agradecer, vivir.
Si esos seres son auténticos, si son ellos mismos y buscan el bien,
todos los obstáculos se hacen humo. Son seres pequeños pero poderosos si se
alían con la fuerza creadora que es su esencia.
Una y otra vez la vida les da infinitas oportunidades para aprender y
ser conscientes del regalo recibido.
A esos seres les sobran cosas, tanto materiales como añadidos que se
les han ido pegando a la piel y que no les dejan transpirar bien, les impiden
esa bendición primaria, que es la de sentirse vivos y libres.
Parece un contrasentido, pero hay seres vivos que caminan como muertos.
Qué podemos hacer para recuperar a tantos que se han quedado contemplando su
propio ombligo y no ven más allá. Qué debemos hacer.
Qué puedo hacer yo, sabiendo que estoy entre esos corazones errantes y,
como ellos, no distingo bien el horizonte infinito.
Depositar mi ternura en el suelo que piso, y lanzar al aire mis buenos
deseos, será mi manera solidaria de situarme junto a los que son igual que yo.
Trabajaré en mí misma para otros, es mi único terreno. Daré y gastaré mi vida
para ellos. Acumularé energías favorables que bloqueen tormentas a su paso.
Hasta llegar a armonizar mi vida y todas las vidas con la única luz que
nos alimenta.
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