La viuda pobre del Evangelio echa
en el platillo todo lo que tenía para vivir.
Con esa imagen no solo se está
refiriendo al dinero sino a todo lo que somos y poseemos, nuestros dones. Si
andamos racaneando y con mediocridades echaremos en el platillo de la vida
apenas un poco de nuestra energía e ilusión. Pero también se puede vivir
“echando el resto”, a tope. Poniendo en la balanza todo lo que se posee.
Entregar nuestras riquezas
interiores y capacidades, con la certeza de que no nos pertenecen, de que están
ahí para compartirlas y ponerlas al servicio de los demás.
No podemos ir a medias en la vida,
si queremos saborearla en los pequeños detalles, desde cerca. Mejor vivir la
película que no que nos la cuenten. Y para ello hay que estar cerca del que más
lo necesita.
Estamos inmersos en la cultura del
descarte, descartamos no solo los objetos sino a las personas. “Lo que no deja,
déjalo”. El que no es productivo queda marginado.
Hay un cambio de perspectiva
cuando vemos el mundo y el universo no como una “cosa” sino como una
manifestación de generosidad divina.
Al entender que todo es regalo,
San Ignacio de Loyola encuentra en esta oración las palabras justas que
expresan lo dicho anteriormente:
“Toma, Señor y recibe
toda mi libertad, mi memoria,
mi entendimiento
y toda mi voluntad,
todo mi haber y mi poseer.
Tú me lo diste,
a ti, Señor, lo torno.
Todo es tuyo.
Dispón de todo según tu voluntad.
Dame tu amor y tu gracia,
que esta me basta.”
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