Escuché en una homilía que hay
que orar las situaciones, orar la vida.
Es una frase que me toca el
corazón y me da alegría porque es como haber encontrado el título a lo que hago
o quiero hacer.
Quiero orar mi vida, orar todo
lo que me sucede, también los problemas y las cosas que no acaban bien. Qué
significa eso: ponerlo todo de un modo consciente ante Dios, dialogarlo en lo
más íntimo, aceptarlo para de esta manera transformarlo.
Por supuesto que sin orar se
pueden hacer las cosas muy bien, pero solo cuando se oran se ponen en otro
nivel, en el del misterio que nos envuelve y nos da sentido. Y, con nuestra
intención, abrimos la puerta a las ayudas que nos llegan y dejamos que el
Espíritu se mueva libremente en nosotros.
Para orar los acontecimientos
tengo que estar atenta y centrada en el presente.
Para entendernos mejor: hay un
Tú-Amor, y un yo-criatura, aunque a veces pueden confundirse, porque es ese
mismo Amor el que da la vida a sus criaturas. Se trata de mantener un diálogo
continuado con ese Tú, no olvidarnos de él en nuestras decisiones, alegrías o
preocupaciones. Darle el papel protagonista.
Cuando oro pongo mi mirada en
ese Tú, me pongo a su servicio y me invade la confianza de que “el Señor
llevará a feliz término su acción en mi favor”, como dice el salmo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario