“En
todo cuanto me sucede, mi único deseo y mi única alegría debería ser saber:
Esto es lo que Dios ha querido para mí.”
(T. Merton)
Fácil de decir, pero dificilísimo
de llevar a cabo. Supone una aceptación extraordinaria, una humildad sin
límites, una fe ciega en Aquel que solo es Amor y que nos llama a la vida con
una finalidad que nada más él sabe. Supone confiar.
Mejor mirarlo de otra manera:
todo son enseñanzas, todo es para nuestra formación y viene en nuestro auxilio.
Todo son motivos para despertarnos a la otra Realidad, la que me hace escribir
estas palabras, la que te hace leerlas precisamente a ti.
Estamos en sus manos, en su
corazón, en su ser. Por eso nos ha llamado “Hijos” y Jesús nos dice que le
digamos: “Padre nuestro”.
Interioricemos esa buena relación
Padre-Hijo, que nos hace tocar nuestro cielo personal, y caminemos con esa
música de fondo que es pura armonía. Una armonía que no es precisamente idílica
porque nos va a exigir mucho, mejor dicho, nos lo exige todo.
Vayamos donde vayamos descubrimos
que nuestro camino está lleno de obstáculos, pero nosotros en lo más íntimo
hemos optado por ser hijos compasivos y alegres, y eso no vale solo decirlo de
palabra, hay que llevarlo a la práctica para que sea real.
De esta manera, descubrimos que
esa es nuestra única forma válida de vivir, todo lo demás son apaños y
medianías que no nos llenan.
De la Biblia nos llegan unos
consejos: “Paraos en los caminos y mirad,
preguntad dónde está el mejor camino, seguidlo y encontraréis descanso” (Jer
6,16).
Párate, mira, pregunta, sigue el
que creas que es el mejor camino. En una palabra: muévete, para ver el rostro
del Padre en ti.
No hay comentarios:
Publicar un comentario