El amor es creativo. Se le
puede comparar con un duendecillo que siempre está ideando un mundo mejor y
entra en los corazones de las personas y les mueve a inventar maneras de actuar
a favor de los demás.
Gracias a ese duende el mundo
se llena de armonía y bondad a través de infinidad de pequeños gestos de
acercamiento y ayuda entre unos y otros. También hay gestos extraordinarios que
llevan a cabo los grandes hombres y mujeres, no solo los que están en los
altares sino también muchos que tenemos ante nuestros ojos.
El amor tiene imaginación.
Inventa trucos novedosos para que te sientas bien, a gusto, en calma. Y es
emprendedor, nunca se está quieto.
Quédate un momento pensando
cómo te beneficias cada día de ese amor. Si no focalizas tu atención en él, no
lo disfrutas y es como si no hubiese pasado por tu lado. Qué lástima haber
nacido para no darte cuenta de lo principal.
También el duende del desamor
se pone en marcha cada día, y quiere enredarnos en sus malas artes. Pero el
amor es mucho más poderoso, es imparable, decidido. Es único, porque es divino.
No vivamos acomplejados por si
vence el mal. Para ello actuemos con bondad en cada ocasión que se nos
presente, así habremos puesto lo que está en nuestra mano en la construcción
del nuevo mundo y nuestro pequeño territorio estará saneado.
El problema es que no nos damos
cuenta de lo que ya tenemos. Damos por supuesto que es natural tener tantos
dones a nuestro alcance. No somos conscientes de los gestos de ternura en los
que estamos envueltos y por tanto no los agradecemos.
El amor es guerrero y valiente.
Aparece en todas las circunstancias que lo necesitamos. Cualquier sonrisa,
cualquier palmadita en la espalda de aliento, viene de parte de él.
Todos los amaneceres y los
paisajes son pintados por su mano, porque la belleza es suya.
Su único deseo es que nos
sintamos bien y emplea su fuerza infinita en ello.
Me gusta pensar que somos sus
soldados y que nos necesita para que llegue su ternura a todos.
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