Con todo mi respeto y pidiéndole perdón
a Santa Teresa de Jesús, me atrevo a aproximarme a sus relatos, y hacer un comentario
a través de mis reflexiones y poemas.
La Santa nos habla del castillo del
alma, nuestra persona es la casa de Dios, y dice cómo el Señor mismo llama al
alma de su extravío en el mundo exterior, cómo le atrae más y más hasta que él
pueda unirse con ella. Nos habla de las
habitaciones de ese castillo, las moradas. Hay una estancia central donde Dios
habita, y todos vivimos un proceso de acercamiento y de concienciación, a
través de 7 moradas. Yo añadiría que mi vida tal como está sucediendo es la
única vía de acceso para mí al infinito y a la trascendencia o lo que es lo
mismo: a esa Realidad que vive a través de mí y en todo cuanto existe, es decir
“mi vida es la puerta” de ese castillo.
En la primera de esas estancias habla
del conocimiento de sí mismo que es el primer paso para acercarse gradualmente
a Dios. Dice que al entrar en ella, “entran tantas sabandijas, que ni le dejan
ver la hermosura del castillo, ni sosegar”.
Nos podemos imaginar que esos
animalillos representan tantos lamentos, temores, envidias y preocupaciones que
nos roban el sosiego interior.
“A
veces doy gritos de dolor,
gritos
sin voz.
Mis
fantasmas se vuelven contra mí
y
me amenazan.
El
suelo ya no está bajo mis pies,
me
tambaleo.
Mis
creencias me han dado la espalda,
me
han desnudado.
Entonces
arrastro mi humanidad
torpemente,
sin
rumbo claro y sin meta,
y
lanzo al vacío mis certezas.
Solo
queda flotando mi quejido,
dónde
estás,
dónde
me esperas.
Para todos los que hemos nacido, hay un
momento de desesperación y angustia vital, ante la pérdida de los seres
queridos y el misterio que encierra la muerte. Las “sabandijas” de la
desconfianza y el miedo nos quitan la paz. Aunque hay mucha luz, nosotros
llevamos “tierra en los ojos”, como dice la Santa.
Pero no perdamos la calma porque la
acción de Dios es imparable y su ternura, infinita.
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